Una ciudad árabe.
El niño entra a escena corriendo.
Niño grita
¡Un elefante! Vengan a verlo, ya viene, va a pasar por
esta calle. Salgan todos, vengan a ver al elefante... Va saliendo... ¡Un
elefante!...
Los seis ciegos van entrando despacio a escena con sus
bastones.
Ciego uno: Yo no sé cómo es un elefante.
Ciego dos: Yo tampoco lo conozco.
Ciego tres: Ni yo.
Ciego cuatro: Me gustaría saber cómo es un elefante.
Ciego cinco: Esperaremos a que pase por aquí y podremos
tocarlo.
Ciego seis: Lo
tocaremos con las manos. Nuestros dedos son nuestros ojos.
Guía: (Entra con el
elefante.) Abran paso, señores,
dejen pasar a este gran elefante... no les vaya a pisar un callo.
Ciego uno: (Avanzando.) Buen hombre, deja a estos pobres ciegos tocar
a tu elefante. Queremos conocerlo.
Guía: Está bien, acérquense uno por uno. Es mansito, no
le tengan miedo. Es bueno. (Regresa a su
lugar)
Ciego uno: (Avanza y toca el cuerpo del elefante) Ummmmm...
ya me doy cuenta: el elefante es igual a una pared no muy lisa.
Ciego dos: (Se
acerca y le toca una pata) No, no es cierto lo que dices. El elefante es
igualito a un árbol. (Vuelve a su lugar)
Ciego tres: (Le
toca un colmillo) ¡Mentira y mentira! Mis manos me dicen claramente que el
elefante es muy parecido a una lanza. Regresa a su lugar
Ciego cuatro: (Le
toca una oreja) Ustedes están completamente equivocados. Yo también lo
toqué y estoy seguro de que es como un abanico, y mis dedos no me engañan.
Vuelve a su lugar
Ciego cinco: (Le
toca la trompa) Pues a mi no me engaña nadie; estoy seguro de que el
elefante es parecido a una serpiente. Vuelve a su lugar
Ciego seis: (Le
toca la cola) ¡Ninguno de ustedes sabe cómo es el elefante! Yo opino que es
como una cuerda que sirve para amarrar bultos. Regresa a su lugar. Todos se
agitan
Ciego uno: ¿Cómo te atreves a insultar de esa manera?
Estoy seguro de que es una pared.
Ciego dos: Les digo que es un árbol.
Ciego cinco: ¡No! ¡Es una serpiente!
Ciego tres: ¡Qué serpiente ni qué nada! ¡Estoy seguro de
que es una lanza!
Ciego cuatro: ¡Mentira! Es un abanico.
Ciego seis: (Grita)
¡Es una cuerda, una cuerda!
(Todos tratan de
pegar a los demás pero no siempre atinan. Se hace una gran confusión y todos
hablan al mismo tiempo.)
Todos en desorden: A mí nadie me contradice... ¡Toma!...
Ay, ay... pero si yo tengo razón... Es una cuerda... Es una pared... Una lanza,
una lanza... No, un abanico, te digo que un abanico... Un árbol, es un árbol...
¿Quién me pegó? ¡Ay mi espalda!
Guía: (Lucha por
separarlos y esquiva los golpes) ¡Calma, calma! ¡Ya esténse quietos!...
oigan... escuchen... atiendan... Yo les explicaré todo. Se va haciendo poco a
poco el silencio. Todos resuellan, se quejan. Todos creen tener razón, pero
ninguno la tiene. ¿Saben por qué?
Todos: ¿Por qué? ¿Por qué?
Guía: (Se sube al
elefante) Porque cada uno de ustedes tocó una parte del elefante. El que
tocó el cuerpo pensó que era una pared. El que tocó la pierna creyó que era
como un árbol. El que tocó uno de los colmillos se imaginó una lanza. El que
alcanzó a tocar la oreja se figuró un abanico. El que tocó la trompa se acordó
de la serpiente y el más chaparrito, que sólo alcanzó a tocar la cola, estaba
seguro de que el elefante era como una cuerda.
Ciego cinco: Ahora entiendo. Sí, eso fue lo que pasó y
nos enojamos mucho.
Guía: Se enojaron tanto que hasta de palos se dieron.
Ciego uno: Nos portamos como tontos.
Ciego dos: En lugar de pensar, nos pusimos tercos.
Ciego tres: . . .
Y furiosos.
Ciego cuatro: En lugar de tratar de entendernos.
Ciego cinco: Porque todos teníamos un poco de razón.
Ciego seis: Pero ninguno tenía la razón.
Guía: Claro, para conocer la verdad hay que conocer todas
sus partes.
Ciego uno: Te damos las gracias, y también al elefante,
por habernos enseñado que es mejor ponerse de acuerdo y tratar de conocer toda
la verdad.
Ciego dos: Seamos amigos de nuevo.
Ciego tres: Conozcamos bien al elefante.
Todos van
circulando alrededor del elefante tocándolo.
Telón.